
En la pintura italo-gótica del siglo XIV, encontramos una fuerte influencia bizantina «manera greca», y de la antigüedad clásica. Este será el germen de la pintura moderna: desaparece la línea negra, surge el claroscuro, lo que revela su preocupación por el volumen y la profundidad, y conduce al estudio de la perspectiva y la plasmación de los estados anímicos y del sentimiento.
Se considera a Cimabue el iniciador de la escuela florentina del Trecento, que partiendo de la “maniera greca” (bizantina) llevaría al naturalismo que culminaría en el Renacimiento. Se encaminó a un mayor realismo abandonando la bidimensionalidad del estilo bizantino.
No obstante, el gran maestro de esta escuela es un discípulo suyo, Giotto al que se considera como auténtico iniciador de la pintura moderna.
Es Giotto quien busca representar el espacio, conquista la técnica, la perspectiva lineal, la coloración objetiva, la luz y degradación de colores. Dio un tratamiento revolucionario a la forma y a la representación realista del paisaje, introduciendo la tridimensionalidad, lo que significó un gran paso en la historia de la pintura. Con él llega a la cumbre la pintura gótica italiana.
Giotto tenía un gran poder para organizar toda una escena en torno a una imagen central, como puede verse en una de sus obras más famosas, el Beso de Judas.
Se inspira en la naturaleza, lo que rompe con la tradición bizantina.
Intenta romper con el hieratismo dando un carácter más humano a las figuras y dando expresividad a los rostros. Además adoptó el lenguaje visual de escultores al darle volumen y peso a sus figuras.
Un ejemplo de la obra d Giotto es la Virgen en el Trono, en donde la composición y el fondo dorado hacen pensar en una concepción gótica de origen bizantino, pero el naturalismo y la monumentalidad de la Virgen nos muestran el personalísimo sello de Giotto.
- Claudia Guerra
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